Mi suegro era un confitero maravilloso. Yo con él tenía esa relación de: " lo que te quiero y lo que me sacas de quicio"; además, en aquella época, yo estaba en plena declaración de independencia con respecto a mi familia personal y a la política, así que, cuando el decía que el turrón de más calidad era "el almendro", a mi me mataban antes de comprar esa marca.
Pero mi suegro falleció, y desde entonces, en su memoria, "el almendro" vuelve a mi casa todas las Navidades. Estando vivo, a él le hubiera hecho feliz ver que valorábamos su opinión, ahora le tiene sin cuidado.
A lo que voy es, que a la gente hay que hacerla feliz cuando vive . Yo me hice ese propósito cuando murió mi suegro, y lo intento, aunque no siempre lo consigo, porque hay gente que lo pone bastante difícil; y esa es otra, hay que ser lo suficientemente generoso para hacer fácil que los demás le hagan feliz a uno.
Porque los detalles después de muerto son para quitarse uno la mala conciencia. Me contó un señor en la lotería, que más que una lotería parece un confesionario, que él nunca le regaló flores a su mujer, pero que ahora tiene una especie de altar en su casa con su foto y le lleva flores en todas las ocasiones especiales, ¡con lo que hubiera disfrutado su mujer con que un día, sorpresivamente, el le hubiera traído una simple rosa!
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